las putas de la plaza de la luna
Las puta de la plaza de la Luna son tan madrugadoras como cualquiera de los trabajadores o viandantes que circulan por la zona a las ocho de la mañana. Como con cualquier puta, la curiosidad nos lleva a preguntarnos de dónde son, dónde viven, cómo sacan fuerzas para ofrecer, tan temprano y con patéticas muecas, sexo a cambio de veinte o veinticinco euros. La mayoría son centroamericanas, mechadas con rusas o rumanas que, vestidas de frío se empeñan en aquello que llamamos livianamente "buscarse la vida". Y como siempre pasa también imaginamos las historias que levitan junto a ellas mientras caminan cruzando las piernas o fuman recostadas contra muros que gritan verdades. La vana literatura nos empuja a creer en historias trágicas, rimbombantes; es tan fácil caer en la tentación de delinear una vida en cuatro trazos apurados. Y fácil también es pegar el golpe bajo, el grito reinvindicador ycanalla del que ve todo en blanco y negro. Yo, que he hablado con no poca putas, le puedo decir que es una cuestión de suerte. Así de simple y terrible. La azarosa circunstancia que me lleva a mí escribir ociosamente en un ordenador y a alguien mejor que yo a comer un sabroso y nutritivo bocata en un cajero del Cajamadrid.